Una feria de arte es probablemente el peor lugar para ver arte. Pocas son las galerías que entienden la ocasión como una oportunidad no sólo de venta sino de mostrar el trabajo desarrollado a lo largo del año o de articular algún tipo de discurso en los escasos metros cuadrados del stand. No les culpamos, no es eso lo que se espera de ellos, una feria está hecha para vender y a los que no compramos, su visita supone una oportunidad para comprender una parte determinante del sistema del arte, la del mercado, que a pesar de ser omnipresente no siempre se muestra de forma tan evidente.

Entrada a la feria. Art Basel 43, 2012. Foto: Camilayelarte

Más allá del caos, de los intereses económicos, de los pasillos hipertransitados, de las piezas escándalo que causan furor o tal vez gracias a todo ello, una feria produce el placer de la búsqueda y la selección, es un juego que agudiza los sentidos y una forma de educar nuestro criterio. Si esto es así en cualquier feria, en Art Basel la experiencia se triplica sea por la calidad de las galerías que participan, las obras expuestas e incluso el público que acude a ella. En una dimensión económica distinta a la del común de los mortales, si en algo se ha podido intuir la influencia de la crisis (por llamarla de algún modo) en esta edición, tal vez haya sido en la predominante presencia de pintura.

Vista del stand de la galería Konrad Fischer. Art Basel 43. Foto: Camilayelarte